martes, 17 de marzo de 2009

Pedro López


La vida de Pedro siempre se había movido lejos de la mediocridad. Muy bueno en muchas cosas, aunque a la vez muy malo en la mayoría. Fue el mayor de dos hijos, si bien nunca llegó a dar esa sensación si no fuera porque en su casa solo había dos personas mayores que él. En casa buscaba su sitio entre mudanzas y peticiones de "ser un hombre de provecho", aunque para quien formulaba dichas peticiones, ello no significaba sino alcanzar muchos bienes y riquezas, y eso que para Pedro, aunque importante, aquello no era lo que él deseaba más fervientemente.

En el colegio, algunos que no le conocían más que de vista sólo alcanzaban a decir que era un empollón, un “pipa” y e incluso algo desagraciado físicamente. Esos mal nacidos nunca tuvieron el valor de decírselo a la cara, sólo lo murmuraban mientras con el codo golpeaban a quien a su lado estuviera para que les rieran la gracia. Quien le conocía, fingía que le caía bien y se aprovechaba de su bondad, de su no saber que decir que no a nadie. Pedro nunca llegó a decir que no a quien a él acudía, tal vez buscando ser correspondido con lo que a él le hacía falta: cariño y atención.
Sin embargo, Pedro nunca supo, o tal vez no le dejaron variar el rumbo de su vida. Pasaba los días inmerso en la rutina, escribiendo cartas que tenían a sí mismo por destinatario y escuchando canciones en las que identificarse. Porque Pedro era un rara avis, alguien diferente, alguien rechazado por el resto de los mortales por no cuadrar en el canon de adolescente habitual. Nunca jamás nadie supo cómo era Pedro, nadie lo conoció del todo. Cuando de tanta presión, Pedro estallaba y dejaba verse a sí mismo, los demás sólo sabían alejarse y mirar hacia otro lado.
Tuvo la “suerte” de llegar a amar, y tal vez ser correspondido, si bien la vida no le permitió disfrutarlo y sólo le envió palos y más palos. Él no se rindió, y luchó por ese sentimiento nuevo. Era lo más cerca de ser feliz que nunca había estado y no quería que se lo arrebataran. Pasó muchas noches llorando tras la pantalla del ordenador, esperando una llamada, una buena noticia, un milagro que le alejara de la senda que le habían marcado y que no era capaz de abandonar. Nunca lo logró. Nadie le tendió la mano con fuerza, tan sólo algunas personas que podríamos contar con los dedos de una mano se asomaron a esa senda, pero no tendieron más que un par de dedos, y a Pedro se le resbalaba la mano al agarrarlos.

Fruto de aquello tal vez surgieron dos Pedros. Uno, aquel que a veces explotaba y que nadie llegó a conocer del todo. El otro, el Pedro aparentemente feliz, el Pedro que con sagaz humor a veces atacaba a los demás como quien se ahoga y se aferra a los demás, aunque tenga que hundirles a ellos para poder asomar la cabeza. Ese Pedro débil, ese Pedro vulnerable, ese Pedro que se mantuvo a flote con detalles tontos, con noches de embriguez, con besos pasajeros..

Un buen día, Pedro se plantó. Decidió que si él no era nadie para el mundo, el mundo no sería nada para él. Así que, de la noche a la mañana, Pedro desapareció. No fueron muchos los que se preguntaron por su ausencia, y, tiempo después de su marcha, aquí, nada parece haber cambiado en absoluto.

MORANTE

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